jueves, 29 de marzo de 2018

Lucy v/s A





La A es la jefa, Luz al igual que yo, la subordinada, nuestra relación no es de solidaridad incondicional de género, es de opresora versus oprimidas. No sé si será casual pero en este caso la autoridad está ejercida por la moral célibe de A, mientras que la rebeldía está del lado de la falta de pudor de la Luz. Me pregunto si siempre la más explotada tiene el deber de ser más rebelde para resistir o para darle sentido a su posición de no priviligiada, pero como sea, en este caso la relación está perfectamente alineada con las demandas del universo político disidente: rebeldía del cuerpo versus opresión célibe.

A la Luz Le encanta que le digan Lucy porque dice que es su nombre de puta. Lo dice en broma porque no es puta, si es una mujer de 53 años con una familia funcional, hija y marido, y un pololo no funcional,  extra-matrimonial. Somos funcionarias públicas de una biblioteca universitaria, trabajamos en completo silencio, nuestra jefa tiene la capacidad de estar sentada con la espalda recta y sin perder la compostura, durante por lo menos 9 horas del día, su ánimo se descompone cuando conversamos por más de 10 minutos entre compañeras de sección, o cuando la Lucy bosteza, estornuda o tose fuerte, creo que su molestia no es hacia nuestros deseos ocultos de emancipación sexual, porque no tiene idea de eso, sino hacia cómo eso se asoma en el trabajo, al toser, al movernos mucho, al subir el tono de la voz, al comer incluso, porque todo eso le recuerda que la pulcritud con la que tanto se calienta, es una ficción, tan ficción como que algún día le confesaremos lo que pensamos de ella y dejaremos nuestros puestos de trabajo para salir corriendo desnudas por la calle.

Cuando A está especialmente mal humorada y muestra con énfasis su incomodidad hacia cualquier tipo de sonido y movimiento emitido por nosotras, que no sea en pro del trabajo,  la Lucy hace sus jugadas; saca el plátano que tiene guardado para colación y lo come de manera lo más grosera posible delante de ella. No imaginaría que ese gesto es una provocación, si la Lucy no me lo hubiera dicho: ‘Si esta hueona se pone muy pesada voy a sacar el plátano y me lo voy a comer escandalosamente delante de ella, para que se imagine que estoy chupando un pico’.

No soy tan provocadora como la Lucy y vengo de una familia más bien célibe, por eso sus acciones a veces me confunden. Una vez me contó que con su pololo extra-marital querían hacer un trio y buscaban una mujer, me preguntó si yo quería ser esa mujer, después de pensarlo un rato, le dije que no. Todavía tengo la duda de si me habrá querido provocar como lo hace con A. o si de verdad lo quería hacer.

No quiero pensar que hay divisiones en nuestro frente porque somos compañeras de una opresión solapada en el trabajo, no es una guerra declarada. Trabajamos en una biblioteca en donde no hay apuro, nadie va a perder su patrimonio si nos demoramos en nuestras labores, por eso creo que A. se preocupa de temas domésticos estilo pre-kinder, porque nuestro espacio de trabajo, como muchos otros, cuando se trata de autoridad es un feudo ocioso. Por eso la fórmula Lucy me gusta, y adhiero a la idea de que si el control es doméstico, una manera lúdica y efectiva de enfrentarlo es por la misma vía doméstica.