La A es la jefa, Luz al igual que yo, la subordinada,
nuestra relación no es de solidaridad incondicional de género, es de opresora
versus oprimidas. No sé si será casual pero en este caso la autoridad está
ejercida por la moral célibe de A, mientras que la rebeldía está del lado de la
falta de pudor de la Luz. Me pregunto si siempre la más explotada tiene el
deber de ser más rebelde para resistir o para darle sentido a su posición de no
priviligiada, pero como sea, en este caso la relación está perfectamente
alineada con las demandas del universo político disidente: rebeldía del cuerpo
versus opresión célibe.
A la Luz Le encanta que le digan Lucy porque dice que es su
nombre de puta. Lo dice en broma porque no es puta, si es una mujer de 53 años
con una familia funcional, hija y marido, y un pololo no funcional, extra-matrimonial. Somos funcionarias públicas
de una biblioteca universitaria, trabajamos en completo silencio, nuestra jefa
tiene la capacidad de estar sentada con la espalda recta y sin perder la
compostura, durante por lo menos 9 horas del día, su ánimo se descompone cuando
conversamos por más de 10 minutos entre compañeras de sección, o cuando la Lucy
bosteza, estornuda o tose fuerte, creo que su molestia no es hacia nuestros
deseos ocultos de emancipación sexual, porque no tiene idea de eso, sino hacia
cómo eso se asoma en el trabajo, al toser, al movernos mucho, al subir el tono
de la voz, al comer incluso, porque todo eso le recuerda que la pulcritud con
la que tanto se calienta, es una ficción, tan ficción como que algún día le
confesaremos lo que pensamos de ella y dejaremos nuestros puestos de trabajo
para salir corriendo desnudas por la calle.
Cuando A está especialmente mal humorada y muestra con
énfasis su incomodidad hacia cualquier tipo de sonido y movimiento emitido por
nosotras, que no sea en pro del trabajo, la Lucy hace sus jugadas; saca
el plátano que tiene guardado para colación y lo come de manera lo más grosera
posible delante de ella. No imaginaría que ese gesto es una provocación, si la
Lucy no me lo hubiera dicho: ‘Si esta hueona se pone muy pesada voy a sacar el
plátano y me lo voy a comer escandalosamente delante de ella, para que se imagine
que estoy chupando un pico’.
No soy tan provocadora como la Lucy y vengo de una familia
más bien célibe, por eso sus acciones a veces me confunden. Una vez me contó
que con su pololo extra-marital querían hacer un trio y buscaban una mujer, me
preguntó si yo quería ser esa mujer, después de pensarlo un rato, le dije que
no. Todavía tengo la duda de si me habrá querido provocar como lo hace con A. o
si de verdad lo quería hacer.
No quiero pensar que hay divisiones en nuestro frente
porque somos compañeras de una opresión solapada en el trabajo, no es una
guerra declarada. Trabajamos en una biblioteca en donde no hay apuro, nadie va
a perder su patrimonio si nos demoramos en nuestras labores, por eso creo que
A. se preocupa de temas domésticos estilo pre-kinder, porque nuestro espacio de
trabajo, como muchos otros, cuando se trata de autoridad es un feudo ocioso.
Por eso la fórmula Lucy me gusta, y adhiero a la idea de que si el control es
doméstico, una manera lúdica y efectiva de enfrentarlo es por la misma vía
doméstica.